Textos Folclóricos


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jueves, 5 de enero de 2012

Textos folclóricos... ¿cultura, tradición...?


    A lo largo de este bloque, trataremos de averiguar qué es eso de texto folclórico pues es un término que conlleva cierta ambigüedad:
    Si nos remitimos al diccionario de la Real Academia Española, encontramos las siguientes definiciones:

1. adj. Perteneciente o relativo al folclore.
2. adj. Dicho de costumbres, canciones, bailes, etc., y de sus intérpretes: De carácter tradicional y popular.
3. m. y f. Persona que se dedica al cante flamenco o aflamencado.

    Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿qué es el folclore?: y encontramos lo siguiente:

1. m. Conjunto de creencias, costumbres, artesanías, etc., tradicionales de un pueblo.
2. m. Ciencia que estudia estas materias.

    Por lo que podríamos deducir que los textos folclóricos es lo mismo que los textos populares, pero esto no es realmente cierto, no podemos confundir el término popular con folclórico puesto que el primero se refiere a algo famoso, conocido, extendido… mientras que el segundo es sinónimo de “textos de tradición cultural” (de hecho, así es como se anuncia en el currículo de la educación primaria), ya que hace referencia al origen: texto que nace del pueblo, que está hecho por él.

    Si nos fijamos en algunos autores conocidos, podremos ver que todas las definiciones que entonan sobre el folclore tienen mucho en común:

    Benjamin Botkin, declaraba que “en una cultura puramente oral todo es folklore”. El estadounidense de ascendencia lituana Jonas Balys, intentó separar la disciplina de su materia de estudio: “El folklore comprende las creaciones tradicionales de la gente, primitiva y civilizada. Estas se logran por medio de los sonidos y palabras en supersticiones, costumbres y actuaciones, danzas y productos dramáticos. Además, el folklore no es una ciencia sobre la gente sino la ciencia tradicional de la gente y su poesía.”

    Algunas definiciones mantenían la identificación del folclore con una pseudo-ciencia popular, producto de comunidades “primitivas”, salvajes” o “atrasadas”; así, por ejemplo, John L. Mish (1909- ), que fue el primer profesor de chino y japonés en la universidad de Varsovia, definió el folklore como “todo el cuerpo de creencias populares, costumbres y tradiciones antiguas que han sobrevivido entre los elementos menos educados de las sociedades civilizadas hasta hoy”

    La folcloróloga y etnomusicóloga canadiense Edith Fowke (1927- 1999), profesora de la Universidad de York en Toronto que dedicó su vida al estudio de la producción de los que ella llamaba ordinary people, en su obra Folklore of Canada (1976) definió el folclore como el “material que se transmite por tradición, bien sea por medio de la palabra hablada o por costumbre y práctica”.

    El concepto de folclore que hemos heredado de los investigadores del siglo XIX y principios del XX es que debe ser tradicional, irracional, rural, anónimo y comunal. Estos atributos delimitadores, junto con los de la oralidad se consolidaron formando la idea de folklore y delimitando sus fronteras conceptuales.

     Ahora bien, ¿qué características debe tener un texto folclórico?:

  1. No tienen autor: alguien se inventó un cuento, y esa persona se lo contó a otra, y así sucesivamente… con lo que ese cuento volvería a nosotros aunque muy modificado, a pesar de que la trama básica continúe. Así pues, estos textos no tienen un único autor, sino que son obra de la comunidad.
  2. Se transmiten vertical y horizontalmente, de forma oral y de generación en generación.
  3.  Hablar de textos folclóricos conlleva hablar de literatura viva, aunque en algún momento se podrán poner por escrito, o dicho de otra forma, se podrán fijar. Este hecho conlleva una ventaja (nos aseguramos de que la historia se seguirá transmitiendo) y una desventaja (ya no se contemplarán otras opciones de la misma historia).
  4. No son textos infantiles; eran textos familiares contados al calor de la lumbre, creados para entretener a la familia, y normalmente eran contados por los ancianos. En muchos de los textos folclóricos, los personajes son adolescentes, y las historias narradas conllevan una enseñanza (ojo!!, enseñanza no es lo mismo que moraleja!); no se contaban con una intención didáctica… son textos para entretener!!
  5. Son textos que suelen nacer en un lugar concreto, pero que por la transmisión oral se extienden, por ello es muy difícil encontrar el lugar exacto donde el texto fue “inventado”.
  6. Muchos de los personajes que encontramos en estos textos, son planos, si personalidad propia. (Pondremos a Blancanieves y Cenicienta como ejemplo…)

    Pero… ¿es interesante que trabajemos los textos folclóricos en la educación primaria?: ¡¡Claro!!, los textos folclóricos nos aportan conocimientos populares de otras épocas, enriquecen el vocabulario de los niños, facilitan la estructuración temporal, hacen que empaticen con los personajes, contribuyen al desarrollo de la elemental lógica infantil y brindan la oportunidad en muchos casos, de descubrir la bondad; podemos decir que los cuentos, a la vez que nos enseñan y entretienen, pero como es obvio, debemos adaptar esos cuentos folclóricos que pretendemos enseñar a nuestros alumnos, así pues, ¿qué diferencia encontramos entre versionar y adaptar?:

    Nos referimos a “versión” cuando hablamos de la forma final que un cuento adopta, a partir de una de sus formas originales.

    Hablaremos de adaptación, cuando una de las versiones de algún cuento folclórico, es modificada en base a unos criterios, objetivos, o atendiendo a un determinado tipo de receptores.

    Y… al hablar del folclore, ¿podemos decir que existan más géneros que el ya nombrado cuento?: por supuesto, hemos de decir que también en el folclore se dan los tres géneros literarios: la épica, la lírica y la dramática… pero como ya sabemos, incluso dentro de estos tres géneros, podemos hacer diferentes clasificaciones, así pues, una de las preguntas que más nos interesa en este tema es: ¿cómo podemos clasificar los cuentos folclóricos?; para hablar de ello, debemos tener en cuenta a varios autores entendidos en la materia, el primero sobre el que hablaremos, es Vladimir Propp, considerado como el precursor de los estudios sobre el folclore: Propp se dedicó a investigar las coincidencias de los cuentos a través de una morfología del cuento maravilloso. En su «Morfología del cuento» (1928), Propp, fundamenta el análisis histórico de los cuentos relacionando materiales etnológicos de África, América, del mundo clásico europeo, del Antiguo Oriente y de la cuentística popular rusa, y llega a la conclusión de que los cuentos son reflejo, históricamente localizable, de concepciones místicas anteriores, y partiendo de esta investigación y de estas premisa, establece la siguiente subdivisión que facilita la clasificación de los cuentos folclóricos:

- Mitos o Historias mitológicas.
- Cuentos de animales (que se dividen en cuentos de animales y en fábulas).
- Cuentos de fórmula.
- Cuentos de hadas o maravillosos.

    Además, Propp estableció una serie de puntos recurrentes que creaban una estructura constante en todas estas narraciones. Es lo que se conoce como "las funciones de Vladimir Propp". Son una serie de 31 puntos recurrentes en todos los cuentos de hadas populares. Aunque no todos ellos aparecen en todos los cuentos, su función básica a menudo permanece y el orden es prácticamente siempre el mismo; De esta forma, en todos los cuentos se comprueba la existencia un personaje principal que en el inicio del cuento se encuentra en su hogar, junto a su familia, y que, por una serie de hechos expuestos en el cuento, lo tiene que abandonar, este es el punto en que podríamos decir que el protagonista está en la etapa de la adolescencia. Nuestro protagonista se ve inmerso en una historia a través de la cual debe pasar por una serie de pruebas, para las que en algunas ocasiones contará con ayuda de otros personajes del cuento; una vez superadas todas ellas, el protagonista en cuestión habrá logrado llegar a la madurez, que culminará normalmente con un matrimonio.

    Pero no solo Propp estudió los cuentos, también hemos de nombrar a Gianni Rodari, cuya principal obra teórica es Gramática de la fantasía, una recopilación de charlas en la que expone un concepto fundamental en la literatura infantil y juvenil del siglo XX: el binomio fantástico. Además de su propia clasificación de cuentos (semejante a la de Propp sólo que por su carácter latino, Rodari incluye un listado de libros de bromas), Gianni Rodari establece unas pautas que se deben seguir a la hora de modificar un cuento.

    Tampoco debemos olvidar a Pedro C. Cerrillo quien hace alusión al cancionero infantil español y el folclore en su obra “Lírica popular española de tradición infantil”. Cerrillo propuso la siguiente clasificación en cuanto a la lírica infantil  se refiere:
- Nanas o canciones de cuna.
- Adivinanzas.
- Juegos mímicos.
- Canciones escenificadas.
- Oraciones.
- Fórmulas para echar a suertes.
- Burlas.
- Trabalenguas.

    Y aunque no los encontremos dentro de la anterior clasificación de una forma específica, no debemos olvidar los conocidos villancicos, las canciones de estación, los refranes o los conjuros.

    Si hablamos de autores conocedores del folclore y autores que se aventuraron a clasificarlos, no solo debemos centrarnos en un mundo de hombres, pues Sara C. Bryant, que fue la primera mujer que se declaró cuentacuentos; es autora del libro “Cómo contar cuentos” y realizó una clasificación de cuentos que dividió en edades: de 3 a 5 años, de 5 a 7 años, y clasificación para adultos.

    Y puesto que nombramos a Sara C. Bryant, no podemos dejar de recordar una serie de recopiladores de cuentos, sin los que la historia no se habría escrito tal y como la conocemos: 

    El más antiguo de los recopiladores que conocemos fue Rodrigo Caro (siglo XVII), que recogió refranes, canciones, juegos populares de los niños, etc. Porque les escuchaba cantar y jugar y no quería que esas tradiciones se perdiesen; publicó un libro de recopilación de juegos y canciones, sobre el que podemos decir que es la primera recopilación folclórica que conocemos: “Días geniales o lúdicos”

    El siglo XVIII fue el siglo de la razón, de las luces… es el siglo en el que los enciclopedistas se dedicaron a escribir sobre todo aquello que conocían, y por supuesto, entre toda esa sabiduría, no podían descartar el saber popular… es de destacar que el rey Luis XIV era un gran amante de la escucha de canciones, acompañadas de bailes y malabares, así como los cuentos de Giovanni Bocaccio, recogidos en el libro “El Decamerón”.

    Durante esta época, las mujeres tenían como misión cuidar de los niños, y ellas eran las que se encargaban de contarles los cuentos, de este modo es como se conoció a Jeanne-Marie LePrince de Beaumont, famosa por ser la difusora de la versión más conocida del cuento de “La Bella y la Bestia”.

    Destacamos también en este siglo, la aparición de un pedagogi llamado Chales Perrault, amante de los relatos breves, y gran interesado de las historias folclóricas celtas; Perrault recogió una serie de cuentos que más tarde publicaría, y difundiría por la corte ya que Perrault tenía un planteamiento vital muy humanista en el que los excesos no tenían cabida; él veía que en la corte francesa todo era excesivo, así pues decidió adaptar aquellas historias que había ido recogiendo, añadiéndolas una moraleja personal para intentar moralizar a la corte de Luis XIV. Los cuentos de Perrault no se encontraban dirigidos a los niños, y todo el mundo los conocía como Cuentos de Mamá Oca.

    En la primera mitad del siglo XIX, en Alemania, encontramos el movimiento artístico del romanticismo, hablamos de la estética romántica, y debemos hablar de los hermanos Grimm,  sus cuentos corresponden al esquema que Vladimir Propp propuso,  en el que  los personajes son adolescentes. Los hermanos Grimm no eran nacionalistas exaltados, pero aportaron su granito… alguien les propuso recoger historias folclóricas de los pueblos y ponerlas por escrito, para que toda esa riqueza cultural no se perdiera… su primera recopilación llamada ”Para la infancia y para la juventud”, trato de ser lo más fiel posible a como los cuentos les habían llegado, su afán  no era adaptar, sino conservar… no querían cambiar los cuentos… su primera edición estaba llena de símbolos eróticos porque no estaban dirigidos a niños; el editor encargado de llevar el libro a las tiendas cometió la equivocación de titularlo del modo en el que lo hizo (“Para la infancia y la juventud”), y muchos niños de entre 9 y 10 años lo compraron, por lo que los hermanos Grimm tuvieron que hacer frente a las quejas de muchos padres ofendidos y enfadados, y se vieron en la obligación de hacer una nueva edición en la que introdujeron pequeñas adaptaciones.

    En la segunda mitad del siglo XIX, en Inglaterra, encontramos escritores como Charles Dickens, que escribís sobre los niños de la calle, por lo que no lo podemos considerar literatura infantil a pesar de que utilizaba la figura del niño como protagonista.

    En Dinamarca nos encontramos con el tercer gran adaptador de historias: Hans Christian Andersen, es tan conocido que los premios de literatura infantil mundiales llevan su nombre, y se concede todos los años al mejor escritor y al mejor editor infantil. Andersen fue conocido en su época y muy valorado. Tiene 2 tipos de cuentos: uno de ellos son los cuentos de autor escritos por él, que podemos denominar como literatura infantil, en estos cuentos encontramos personajes reales, un ejemplo típico es la cerillera o pequeña niña de los fósforos. Es el típico cuento realista que escribe Andersen, que tampoco incluyo moralejas en sus cuentos a pesar de poder sacar muchas enseñanzas. NO es paraliteratura.

    Hasta el momento, todos los recopiladores de cuentos sobre los que hemos hablado son europeos, en España haremos referencia a Fernán Caballero que en realidad era una mujer llamada Cecilia Böhl de Faber y Larrea. Se encargó de recopilar textos folclóricos en verso.
Más tarde aparecen otras dos figuras: el primero es Saturnino Calleja, que hizo muchas adaptaciones de cuentos folclóricos, y aparece el Padre Coloma, que tiene cuentos propios, pero además tiene cuentos folclóricos que él adapta mucho, para convertirlos en cuentos moralizadores para niños (es lo que denominamos  paraliteratura).

    El Padre Coloma, convierte a los personajes del mundo mágico pagano (hadas, duendes…) en imaginería cristiana: los duendes se convierten en ángeles de la guarda; cuando hay un personaje malo, es el demonio.

    Y ya que hemos hablado de los recopiladores de cuentos, y de la clasificación que Sara C. Bryant hizoenfocada a las diferentes edades, cabe que nos preguntemos qué cuentos podremos seleccionar dependiendo de la clase en la que nos encontremos como maestro; debemos mencionar a Ana Pelegrín, que se aventura a hacer la siguiente clasificación:

-          Cuentos de fórmula: apropiados para niños de 2 a 5 años. Tienen una estructura verbal rítmica y repetitiva. Interesa la forma en que se cuentan y el efecto que causan en el niño, más que los contenidos mismos; dentro de este tipo de cuentos podemos destacar:
·         Los cuentos mínimos: de conclusión rápida, a veces inmediata. Carecen de argumento y se reduce a un sencillo juego de rimas, por ejemplo: “Este es el cuento de la canasta, y con esto basta”.
·         De nunca acabar: concluyen con una pregunta que invita a repetir el cuento, por ejemplo: “¿Quieres que te cuente el cuento de la haba que nunca se acaba?”
·         Los acumulativos: en los que se van añadiendo personajes y se van repitiendo todos los elementos, por ejemplo: “El gallo Kirico”.
-          Cuentos de animales: Para niños de 4 a 7 años. Son relatos relacionados con las fábulas. En estos cuentos los animales protagonistas mantienen un comportamiento similar al de las personas. Se pueden distinguir dos tipos: los de los animales domésticos, y los de los animales salvajes. Las fábulas concluyen con una moraleja que contiene una enseñanza que transmite valores para vivir mejor.
-          Cuentos maravillosos: para niños de 5 años en adelante. Son todos aquellos en los que intervienen aspectos mágicos o sobrenaturales. Aparecen personajes fuera de lo común, como hadas, príncipes, brujas, etc. Ocurren encantamientos, hay misterio y fenómenos mágicos, como la capacidad para hacerse invisible, convertirse en otro personaje, etc.
Y una vez que sabemos que cuento podemos contar a cada niño, según su edad y momento evolutivo, ¿cómo lo haremos para contar en nuestra clase el cuento?:


“Una primera cualidad que debe tomar en consideración el narrador, es que ha de transmitir, y no se transmite lo que no se tiene. En este sentido debemos no sólo conocer la historia que desea narrar, sino además, tenerla en cierto modo asimilada, al objeto de imprimirle su propia emoción, de “transmitirla” porque la sentimos y nos la creemos nosotros mismos.
Además, hemos de saber que el narrador se convierte en intérprete de los hechos que va a narrar, cuyo protagonismo, puede acabar en él, o trasmitírselo, en aras a su destreza, a los propios niños del auditorio (haciéndoles participar de la narración mediante preguntas, repeticiones, o intervenciones esporádicas). Esta fórmula favorece su implicación y hace que vivan más intensamente la narración.
No obstante, todos somos personas limitadas, y resulta necesario ser conscientes de nuestras limitaciones. Parte del éxito que se consigue con una narración estriba en la intensidad con que el narrador se empeña en transmitir al grupo. Captar su atención es una condición imprescindible para lograr el éxito de la experiencia, pues en caso contrario, podemos hacer que una bonita historia resulte mediocre y pierda todo su encanto. Si el narrador no se cree capaz de conseguir “captar” únicamente en base a sus palabras, expresiones o la representación que va a hacer, o cuando piense que la narración resultará mucho más intensa con un apoyo externo, no importa que se ayude de elementos complementarios que refuercen su aportación personal.
En cuanto al ambiente, que como sabemos, ayuda, es bueno mantener una proximidad con el auditorio, incluso que éste esté lo más próximo al narrador (en semicírculo, por ejemplo). Cuando es personal, la narración conviene hacerla en el regazo, pues los niños actúan en todo momento movidos por sus sentimientos y emociones.
Una vez iniciado el relato, es necesario mantener la tensión, y el clima generado, de encanto o misterio. La atención del auditorio ha de responder a la propia narración, y el niño ha de verse embaucado por ésta.
En el aspecto formal son tan importante el lenguaje verbal como el no verbal. La expresión ha de resultar clara, nítida, y movida por los intereses que la propia narración imponga a la voz. Eso sí, sin exageraciones innecesarias. La sencillez ha de caracterizar toda la expresión, pues será la mejor forma de aportar naturalidad a nuestra narración. Como dice Cone Bryant “contar un cuento consiste en excluir todos los elementos extraños y buscar la brevedad, la sucesión lógica de las ideas y la claridad de la alocución”.
No podemos ignorar la dramatización que conlleva toda expresión narrativa. Esto no significa que tengamos que convertirnos en “actores” que dramatizan un relato, no, ni mucho menos. La narración requiere únicamente identificarse con cada situación, y poniéndonos en la piel de los personajes, transmitir sus propios sentimientos ante los hechos acaecidos. Se trata de interpretar la narración sólo hasta el punto de facilitar que el auditorio se lo imagine. Siempre de manera espontánea, y por supuesto, haciendo que nos salga de dentro, de modo agradable. Hemos de demostrar confianza en nosotros mismos, demostrar entusiasmo en lo que hacemos, y veremos cómo la facilitad expresiva irá mejorando a medida que uno pierde la conciencia del yo, para sentirse dentro de la narración. Y del mismo modo, su expresividad resultará cada vez más intensa.” (*)



    No obstante, no es lo mismo narrar un cuento a un niño de 2 años que de 12, entonces, ¿en qué nos hemos de fijar?

    Hasta los dos años, la nota característica va a ser la expresividad y el movimiento: entre los 4 meses y los 8, al niño le llama la atención el movimiento, y más si se encuentra acompañado de sonido y de un ritmo sonoro como así lo tienen los versos y rimas.
De los dos a los siete años, encontramos un periodo caracterizado por el desarrollo lingüístico del niño y por ser un periodo dominado por las imágenes: la función simbólica complementa el lenguaje, por lo que el niño ya admite la representación, el juego simbólico y el dibujo gráfico. Sus narraciones aún son muy egocéntricas y se deben acompañar de imágenes.

    De los siete a los doce años, se domina la palabra frente a la imagen. Es un periodo de operaciones concretas en las que ya aparece la reversibilidad del pensamiento, así pues, la narración será buena para el niño ya que le servirá para explicar las historias que él mismo se imagina, aprender a construir historias significativas y aprender a dar sentido al mundo que le rodea explicando su propia cultura.

    Y una vez que más o menos sabemos qué contar a los niños, dependiendo de la edad en la que se encuentra, cabe hacerse una pregunta más: ¿Dónde acudimos si queremos encontrar cuentos folclóricos que podamos llevar a nuestras aulas?
    A continuación propongo una serie de páginas web a partir de las cuales, podemos encontrar cuentos folclóricos, que una vez analizados y adaptados, podremos contar a nuestros alumnos:
    -    http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/euro/folclor/folclor.htm
    -    http://www.britesa.com/cuentos/cuentos%20cl.html
    -    http://www.cuentosinteractivos.org/
    -    http://cuentosparadormir.com/cuentos-clasicos
    -    http://www.cibercuentos.org/
    -    http://www.elhuevodechocolate.com/cuentos/cuentos6.htm
    -    http://www.hadaluna.com/
    -    http://www.rinconcastellano.com/cuentos/
    -    http://www.pequenet.com/cuentos/index.asp

¡ATENCIÓN MAESTROS!: No hay que hacer de la narración de cuentos algo excesivamente didáctico, puesto que el cuento pierde la magia y su encanto.

Y… ¡No olvidar!: El arte de contar cuentos, se perfecciona con la práctica… así pues… ¡PRACTIQUEMOS!




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