Textos Folclóricos


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viernes, 6 de enero de 2012

Lorita y los hermanos Buenaventura

    Adaptar un cuento requiere conocer a los receptores para los cuales va dirigido, y a partir de ahí, debemos respetar tres sencillas reglas: la primera de ella, será hacer coincidir la salida del hogar de nuestro protagonista, cuando éste se halla en la adolescencia; la segundam y muy importante, será mantener las pruebas a las que el protagonista se deberá enfrentar; y la tercera, relacionada con el final, se relaciona con el hecho de hacer volver al protagonista e incluso que éste, fundé su propio núcelo familiar.
    "Lorita y los hermanos Buenaventura" pretende ser una adaptación del cuento de "La princesa y los siete bandoleros" contado en clase. Nuestros receptores no serán otros que aquellos niños que se encuentran en el Segundo Ciclo de la Educación Primaria, y más concretamente nos dirigiremos a los alumnos de cuarto de Primaria, a los que mostraremos cómo dejandonos llevar por la ira podemos llevar a cabo actos que pueden cambiar el curso de la vida, pero también les mostraremos cómo el arrepentimiento sincero, puede lograr el perdón de aquellos a los que tanto dolor causamos. Al mismo tiempo queremos hacer un guiño a todas aquellas personas que llevaron por nombres, algunos de los que hoy en día, tan raros suenan...

    Y sin más espera, comenzamos a leer el cuento que ya llega; 

"Lorita y los hermanos Buenaventura"

    Hacía mucho tiempo, muy, muy lejos de aquí, en un pequeño país, había un gran y bonito castillo en lo alto de una montaña, rodeado por un bello bosque cruzado por un rio de cristalinas aguas. Más allá de este bosque, abruptas y peligrosas tierras rodeaban el país, y las gentes del lugar las temían, por lo que pocas veces se aventuraban a escapar de las lindes de nuestro bosque, pues en él, hallaban todo lo necesario para vivir.

    En este país, reinaban Hermenegildo y Rosaulinda, una bondadosa pareja de reyes que siempre buscaba el bien de sus súbditos, y que un caluroso día de verano, vieron cumplido su más buscado sueño, ser papás. Una preciosa niña de dorados cabellos y ojos azules como el cielo que la vio nacer, trajo consigo una tremenda desgracia: un parto complicado hizo que la alegría que reinaba en palacio, se viera cubierta por la tristeza que la muerte trae consigo, y el cielo azul que recibía a Lorita, se tornó en un cielo negro que así despedía a Rosaulinda.

    El pobre rey Hermenegildo se vio asolado por la tristeza, y se refugió en las risitas que su pequeña lanzaba, cuando ésta le veía aparecer. Durante los primeros años, nuestro bondadoso rey consiguió suplir el cariño de la madre que tanto necesitaba Lorita, pero según ésta crecía, necesitaba en su vida la figura materna que proporciona una mujer, así pues, el rey decidió casarse. 

    Casilda colmaba de carantoñas y regalos a Lorita, y poco a poco, Hermenegildo que vio que era una buena mujer, comenzó a olvidar a Rosaulinda, haciendo que Lorita viera en la persona de Casilda, la sustituta de su madre. Durante unos años la paz y armonía reinaban en este pequeño país, hasta que nuestro rey, decidió tener un nuevo hijo con su nueva mujer. 




    Cuando la pequeña Priscila nació, todo eran carantoñas hacía ella, y ya nadie parecía acordarse de nuestra bella Lorita, que en un arrebato de ira, robó el pequeño medallón que Hermenegildo regaló a Priscila el día que nació, y que en tiempos antiguos perteneció a Rosaulinda, y huyó. Corrió tan deprisa como pudo, sin pensar en donde ir, y de ese modo cruzó las montañas en las que nuestro castillo se encontraba, dejó atrás los bellos bosques que lo rodeaban, y cuando la noche caía, se dio cuenta de que se hallaba en aquellas tierras tan peligrosas que algunos denominaban como “las encantadas”.


    Todo estaba oscuro, y Lorita comenzaba a arrepentirse de cuán tonta había sido al robar el medallón y huir, y estaba tan enfrascada en sus pensamientos, que no escuchó los pasos del animal que a sus espaldas resoplaba: un enorme lobo gris la acechaba, esperando que hiciera el menor movimiento para abalanzarse sobre ella. Lorita gritó y corrió, y pensó que los guardias de su padre en seguida acudirían a su encuentro, pero estaba muy lejos… cuando el lobo, cogió su vestido y lo desgarró, y en ese momento, una flecha cruzó su corazón, salvando de este modo a Lorita. Pero… ¿quién la salvó? En mitad de la oscuridad pudo ver como un grupo de siete muchachos acudían en su ayuda. Se presentaron como los hermanos Buenaventura: Anselmo, Bartolo, Celedonio, Doroteo, Evelio, Fructuoso, y el más joven de ellos, Polonio; encargados de mantener una de las antiguas minas que años antes abastecían las arcas de nuestro reino, pero olvidadas desde hacía ya muchos años.

    Lorita, avergonzada por el robo cometido, y resentida ya que creía que en el reino ya nadie la quería, no desveló su procedencia y mintió, diciendo que se llamaba Felicia, que era hija de un mercader, y se había quedado sola en la aldea; les contó que buscando comida se había perdido en el bosque, y había sobrepasado sus límites y a partir de ahí… ya sabían ellos el resto de la historia.

    Los hermanos Buenaventura se llevaron con ellos a Lorita, que ahora será Felicia, y la llevaron hasta su cueva: una casa excavada en la roca; no tenía tantas comodidades como su antiguo palacio, pero no le faltaba ningún detalle. En la cueva, esperaba ya impaciente Micaela, la hermana de los gentiles mineros que habían llevado a su hogar a Felicia.

    Cuando Micaela vio que sus hermanos venían con una niña de unos 15 años, se sorprendió mucho, y cuando le contaron la historia, se apiadó de ella y la tomó como a una hermana más.

    Mientras, en nuestro hermoso castillo, se vivían momentos desesperantes, pues nuestra bella princesa había desaparecido, y la guardia real había encontrado trozos ensangrentados de su hermoso vestido. El rey, muy apenado, la dio por muerta.

    La nueva vida de Lorita no comenzó de una manera fácil; había que lavar ropa que llegaba negra a causa del carbón de la mina, y el agua del río, no estaba caliente como la que encontraba todas las mañanas en sus aposentos de palacio; debía zurcir viejos calcetines, limpiar las habitaciones y hacer las camas, desplumar las aves que los hermanos cazaban para poder comer, y… lo que más difícil le resultaba a Lorita: cocinar sin quemarse en el intento. Al principio, nuestra princesa no acertaba una, y Micaela se sorprendió mucho cuando Lorita no sabía ni coger una escoba, pero nada dijo a sus hermanos, pues vio como poco a poco, su hermano Polonio comenzaba a albergar alguna esperanza de proponer matrimonio a Lorita, que recordemos, para nuestros siete mineros y su hermana, se llamaba Felicia.

    Pasaban los días, se escapaban las semanas, y así el tiempo volaba, y tres largos años pasaron desde que Lorita comenzó a vivir con los hermanos mineros… todo transcurría sin que nada trastocara la paz que en la pequeña cueva se respiraba, hasta que una tarde, algo sucedió, pues nuestros siete hermanos, se retrasaban más de lo debido… Micaela y Lorita decidieron coger un candil, y acudir hasta la puerta de la mina para ver que ocurría, y su pena no pudo ser mayor: la entrada a la misma se encontraba obstruida por un montón de piedras que se habían desprendido, pues ya estaban muy viejas. Gritaron y gritaron, y al principio no hallaron respuesta, hasta que escucharon una lejana voz, era Bartolo que decía que buscaran ayuda, pero ¿a quién? No había nadie…

    De repente, a Lorita se le ocurrió una idea un poco dispar: acudir a palacio a pedir ayuda; así pues, tuvo que contar toda la verdad a Micaela, quien al principio no la creyó, pero recordó cuantas cosas había que hacer en una casa que Lorita no conocía, que poco a poco, creyó la confesión, así que dijeron a Bartolo que acudirían en busca de ayuda, y partieron hacia palacio.

    Cuando los guardias las vieron llegar, no creyeron la historia que Lorita contaba, pero ésta, que nunca abandonó el medallón que robó, se lo mostró, y le fueron abiertas las puertas de palacio. Al fin Lorita volvió a ver a su padre tras tres años de eterna agonía por parte de éste, que cuando la vio, creyó estar ante un fantasma. 

    Entre sollozos, Lorita le contó a su padre todo lo sucedido, y enseguida una partida de guardias se presentó en la mina, y tras muchos esfuerzos consiguieron sacar a los mineros, que no contaban con no más que unos cuantos arañazos, y los llevaron a palacio.

    Ya allí, Lorita les tuvo que explicar lo mismo que a Micaela, y mientras los mineros eran curados y lavados, Lorita pedía perdón por todos los males que había causado mientras abrazaba a su hermanastra, a la que sin saberlo, tanto había echado de menos.

    Unos días más tarde, se celebró una gran fiesta en el reino en honor de los mineros que habían salvado a la princesa, y cuando llegaba el momento de la despedida, Lorita pidió un gran favor a su padre: ella, que sabía gracias a Micaela cuánto la quería Polonio, quiso casarse con él ya que ella también le quería mucho, y comenzaron los preparativos de una fastuosa boda que fue celebrada durante una semana entera.

    Los hermanos y hermana de Polonio ya no volvieron a la mina, pues Lorita quiso que se quedaran cerca de su hermano y de ella, y de esta manera, tan bien acaba el cuento que al principio, en mal tornaba…

¡¡Colorín, colorado… el cuento ha acabado!!

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