“Esta es, mi pequeña aldea… un lugar, cada día igual… con el sol, se levantan todos, despertando así…” De esta manera comienza una de las películas que más marcó mi infancia: La Bella y la Bestia.
¿De dónde proviene la historia que Disney cuenta? No lo sabía, ni siquiera me lo había preguntado; ¿Qué intentan contarnos? Puessssssss… que un hada hechiza a un hombre malo y solo la dama que consiga querer a la bestia romperá el hechizo… esa era mi visión cuando era una niña, y de la que ahora me doy cuenta, no difiere tanto de la historia real… ¿Cómo es posible que veinte años después aún recuerde la canción de la “peli” y los diálogos? Bueno… supongo que la historia contada me interesó, me gustó, interiorice, y de alguna manera, hice mía hasta el punto de no olvidarla, y es que… ¿Qué niña no quiso ser Bella?
Ahora ya sé que La Bella y la Bestia es un cuento folclórico, contado por alguien, en algún remoto lugar, y que Madame LePrince de Beaumont tuvo la delicadeza de recoger y reescribir, convirtiéndose así en la autora de la versión más difundida de esta historia, pero… ¿qué relación tiene este cuento que a mi tanto gusta con el tema que tratamos? Fácil, creo que si yo, mala (¡¡pésima!!) estudiante de pequeña, aprendí y aún consigo recordar la historia que de algún modo, llegó a mí, creo que podemos emplear los cuentos folclóricos para hacer que los niños que hoy pueblan nuestras aulas, tan desmotivados en muchos casos, puedan encontrar la razón para volver a aprender y volver a creer en aquellos que les aconsejan estudiar, por aburrido que parezca.
Con los cuentos folclóricos hemos aprendido que a pesar de que muchas veces puedan parecer machistas, lo que realmente nos muestran eran los sueños de la época, o es que… ¿acaso Cenicienta no sabía lo que quería? Ella elige a su príncipe, lo imagina… y lo atrae con su canto: no es el príncipe quien la libera. También hemos visto que las que realmente dominamos los cuentos… ¡¡somos las mujeres!!, por una única razón: antiguamente, las mujeres éramos las encargadas de cuidar de los niños, y cuando el sol caía, y no contaban con más medios que un candil y… con suerte, una hoguera alrededor de la que reunirse, no había mucho más que hacer que intentar a dormir a los niños contándoles los cuentos que, a su vez, ellas habían oído, y de los que formaban su propia versión.
Si algo me ha parecido curioso, es el sentido que se le ha de buscar a los cuentos folclóricos, pues todo tiene una enseñanza (lo que no quiere decir moraleja…), por ejemplo, Bruno Bettelheim nos explica el simbolismo que podemos encontrar en el cuento de los tres cerditos: el cerdito pequeño es el niño que no es consciente de la realidad y solo piensa en jugar, por ello su casita es de paja; el cerdito mediano es el adolescente que conoce la manera de hacer las cosas, pero sabe que en hacer algo puede tardarse un poco más, y prefiere ir por el camino más corto; y el cerdito mayor, el que hace su casa de piedra, representa la edad adulta, en la que se sabe aunque se tenga que trabajar más, la piedra nos protegerá de los peligros; y es que todo esto, a través del folclore, se lo podemos mostrar a nuestros alumnos.
Pero… pensemos: ¿qué aprendizajes pueden suponer el llevar el folclore a clase?: ¡¡Muchos!!
- * A través de la imaginación y el humor, el niño puede escapar de las funciones limitadoras de su grupo social.
- * Mediante los cuentos, se inculcan valores que se justifican mediante las tradiciones y contribuyen a lograr una cohesión del grupo.
- * Los niños, aprenden su propia historia.
- * ...Y descubren costumbres, características de ciertos personajes, fenómenos naturales… ¡incluso el origen de alguna expresión lingüística!
- * Podemos mostrarle lo que es la función simbólica, como más arriba mencionamos con el cuento de los tres cerditos…
Pero… ¿cómo lo llevamos al aula? Si me pongo en el caso de ser una maestra, en una clase cualquiera de Primaria, imagino que podríamos contar un cuento de manera que mantendríamos viva esa costumbre de narrar y escuchar, podríamos poner música al cuento e incluso potenciar la imaginación del niño mostrándole diferentes versiones de un mismo cuento, sobre el que seguro aprenderían una serie de valores que no encontrarán en otros textos.
Hasta ahora, todo lo visto sobre el folclore no me trae más que viejos y agradables recuerdos a la cabeza; me hace recordar las viejas historias que los abuelos nos contaban bajo la tenue luz de una descascarillada lámpara, me remonta a épocas pasadas en las que convertirse en princesa era tan fácil como dar un beso a una verde rana, o en las que los dragones volaban sobre las cabezas de asombrados aldeanos. Me hace pensar en hadas, duendes y mundos mágicos… en mundos, que desde la tradición, siempre tienen algo que enseñar… me hace pensar en que si tantas cosas positivas tiene el folclore, por qué no llevarlo al aula como un recurso más, así pues… futuros maestros: leamos y escuchemos cuentos, adaptemos, y enseñemos a los niños qué es eso tan bonito de la tradición oral.
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